Una tirada de tarot

Querida lectora:

Como te anticipé hace unos días, en estas cartas voy a contarte mis descubrimientos. Así le llamo a los libros y los autores (la música y las series) que me acompañaron (y me siguen acompañando) en esta cuarentena y con ellos las reflexiones que me tocaron la puerta.

Pero, antes que nada, voy a revelarte una técnica muy efectiva.

Tengo la costumbre de buscar ayuda en mis libros. Ayudas puntuales. A veces siento que es como tirarme el tarot. Funciona así: me paro bien enfrente de mi biblioteca, respiro profundo y miro fijo adelante de mis ojos. Camino despacito de un extremo al otro del mueble, quiebro el cuello hacia atrás para ver los que están más altos y observo cada lomo minuciosamente. De golpe, mi vista se detiene en uno de ellos. Lo saco de entre sus compañeros de estante y lo abro al azar: la primera frase que leo me trae un mensaje del más allá. Es pura magia. 

Un martes o miércoles de encierro, me paré enfrente de mi biblioteca y casi al mismo tiempo me eligieron tres. El primero fue Fluir: una psicología de la felicidad de Mihaly Csikszentmihalyi, un escritor del que me compadecí imaginándomelo deletrear su apellido. El segundo se llama Ikigai Esencial, del japonés experto en neurocienciencias Ken Mogi y el tercero Lecciones de Vida de Elisabeth Kübler Ross, una médica suiza que se mudó a Estados Unidos para doctorarse en pediatría, pero terminó siendo psiquiatra y dedicando su vida a hablar con cientos de moribundos para documentar de un modo que no se había hecho hasta el momento, cómo son esos minutos previos a morir. A primera vista, no tenían nada en común. Pero como creo que todos los libros – en verdad, todas las cosas – tienen algo que las une, me quedé con los tres arriba de la mesa y empecé a buscar el hilo conector

Lo primero que encontré es que los tres autores habían atravesado situaciones y contextos de guerra y posguerra y que – salvando las distancias que todos sabemos – las circunstancias que describían se parecían en mucho a esta situación de encierro e incertidumbre que habitamos.

Elisabeth, al ser médica, en un contexto de guerra y colapso sanitario, se enfrentaba a las peores situaciones, estaba separada de su familia, trabajaba en circunstancias excepcionales, con sanatorios abarrotados de personas enfermas y lastimadas y con el número de muertos aumentando exponencialmente. El señor del apellido difícil (por suerte Google me proveyó la pronunciación: ¡Chik-sent-mijayi!), como psicólogo, analizaba el daño causado por la guerra en la conciencia colectiva, así como las sugerencias por parte de las diferentes religiones y prácticas espirituales para que los ciudadanos mantuvieran la calma y jamás abandonaran la esperanza de que el tiempo iba a recomponer sus vidas: por ejemplo, pintar los mandalas de la religión hinduista era una forma de «lanzar al cielo» pensamientos y sentimientos armoniosos como un intento de recuperar el sentido de la vida luego del caos. (Hoy tenemos a decenas de yoguis y guías espirituales y religiosos de todo el mundo, pidiendo que mantengamos prendida la luz al final del túnel, aunque no la veamos todavía, porque es la única manera de que salgamos ilesos: que conservemos y cultivemos la calma interior, que no consumamos noticias 24/7 y que seleccionemos con cuidado los mensajes, los videos catastróficos y las teorías conspirativas que llegan a nuestros ojos, oídos y corazones). Y el especialista en neurociencias Ken Mogi proponiendo la búsqueda del Ikigai como una pieza fundamental que permitió a un Japón desvastado por causas naturales y humanas volverse una nación próspera y más equitativa. Cuanto más leía más conexiones encontraba. Cada uno desde su perspectiva me aportaba una herramienta, de la cual hacer uso para afrontar lo mejor posible este período y los cambios por venir.

Lo que hice fue seleccionar uno o dos párrafos de cada libro, algo que me haya dejado pensando y que, a lo mejor sirva (sobre todo) en este contexto. 

Vamos al primero: «Fluir – una psicología de la felicidad» tiene el nombre pero no el contenido de un libro de autoayuda. No es que no consuma autoayuda, al contrario, por eso sé que este no pertenece a ese grupo. Mihaly, vamos a llamarlo por su primer nombre, habla de la felicidad, pero desde la ciencia, partiendo desde una postura hiper realista de los comportamientos humanos y de la naturaleza que nos rodea.

Pero, ¿qué es fluir? “Sabemos que es eso que ocurre en nuestro cuerpo y nuestra mente cuando hacemos alguna actividad, en la que estamos tan involucrados, que el tiempo parece desaparecer (y con él cualquier conflicto emocional que ande dando vueltas)”. Lo que “descubrió” Mihaly es que la felicidad no es algo “que sucede”. No es el resultado de la buena suerte o el azar, no es algo que pueda comprarse con dinero o con poder, ni parece depender de los acontecimientos externos; sino de cómo los interpretamos. 

Por eso, examina el proceso de «conseguir» felicidad gracias al control de nuestra vida interna. “Todo lo que experimentamos – gozo, dolor, interés o aburrimiento – se representa en la mente como información. Si somos capaces de controlar lo que sucede en nuestra conciencia, momento a momento, podremos decidir cómo será nuestra vida”. No es que sea fácil, sobre todo en momentos de tristeza o incertidumbre, pero ser conscientes de que podemos elegir qué pensamientos sí y cuáles no queremos que estén paseando por nuestra conciencia es un avance. La clave está en la repetición, llega un momento en que ese control ocurre automáticamente. “Las personas que saben controlar su experiencia interna son capaces de determinar la calidad de sus vidas y eso es lo más cerca que podemos estar de ser felices”.

Tal vez por el momento que estábamos atravesando, otra de las partes del libro que más me llamó la atención se titula «El derroche del tiempo libre». Mihaly plantea una paradoja: «Muchas de las personas que anhelan dejar su lugar de trabajo y llegar a su casa para disponer de su duramente ganado tiempo libre, suele no tener ni idea qué hacer». Tengo una amiga que trata este tema con su psicólogo bastante seguido, como si tuviera la necesidad o la obligación de tener un hobby o de hacer algo en ese tiempo libre (disfruta tanto de su trabajo que no puede dirigir su energía psíquica en ninguna otra actividad). Mihaly dice que esto es super lógico, ya que el trabajo tiene algunas características de las actividades de flujo: tiene metas, retroalimentación, reglas y desafíos, todo lo cual hace que uno se implique, se concentre y se pierda en él. El tiempo libre, en cambio, no está estructurado, requiere de un esfuerzo mayor para convertirse en algo que pueda disfrutarse.

«La industria del ocio que ha aparecido en las últimas generaciones está diseñada para ayudarnos a llenar nuestros ratos libres con experiencias agradables. No obstante, en vez de usar nuestros recursos físicos y mentales para experimentar flujo, la mayoría de nosotros pasamos muchas horas cada semana viendo cómo famosos atletas compiten en estadios enormes. En vez de elaborar música, escuchamos los discos de platino de músicos consagrados. En vez de crear arte, vamos a admirar las pinturas que obtuvieron los precios más altos en las últimas subastas. No corremos riesgos, pero pasamos muchas horas cada día viendo películas o series con actores que fingen tener aventuras y que se comprometen, de mentira, en acciones significativas. Esta participación indirecta es capaz de enmascarar, por lo menos temporalmente, el vacío subyacente a la pérdida del tiempo. La experiencia de flujo que resulta del uso de nuestras habilidades conduce al crecimiento; la diversión pasiva no conduce a ninguna parte. Absorbe energía psíquica y nos deja más desanimados de lo que estábamos antes. Colectivamente, derrochamos cada año el equivalente de millones de años de conciencia humana«. Este tema me conectó a su vez con una de mis escritoras maestras May Groppo: en un audio sobre la autoconfianza plantea algo que todos sabemos pero que a lo mejor no nos preguntamos tan seguido: “¿No les parece un poco ridículo que tengamos carpetas en Pinterest sobre alacenas inmaculadamente rotuladas y no dediquemos tiempo a ordenar nuestra propia casa? ¿No les parece raro que nos pasemos mirando varias veces al día cuentas de Instagram de vidas perfectamente filtradas y no pasemos tanto tiempo caminando por nuestro barrio o viendo a gente que queremos?”. 

Me quedé pensando en esto que dice Mihaly sobre las películas o las series y me sentí un poco estúpida. Que nadie se meta con el cine o con la música, pero se entiende el punto. Lo que intenta el autor es hacernos conscientes de que dejemos de ser espectadores de vidas ajenas y que, en cambio, pongamos nuestras habilidades en marcha. Y si decidimos consumir pasivamente, que ese tiempo deje una huella, una reflexión. Pero, … ¿y las novelas que leemos, deberíamos escribirlas? ¿qué entra y qué no en este consumo pasivo? No sé si hace falta ir tan lejos ni a los casos concretos. Una más,… ¿y el dolce far niente?

Si saltamos de Italia a Japón, nos metemos dentro del segundo libro. Ken Mogi propone una búsqueda interior: el Ikigai. ¿Qué es el ikigai? Es la manera que los japoneses llaman a ese algo «por el que levantarnos todos los días » o «lo que da sentido a la vida» y que, a su vez, abarca un conjunto de valores, que se transmite como un mantra de generación en generación. Tiene cinco pilares: 1. Empezar con humildad 2. Renunciar al ego 3. Buscar la armonía y la sostenibilidad 4. Encontrar placer en los detalles 5. Ser consciente del momento presente.

Quien tiene un por qué vivir puede soportar casi cualquier cómo.

Friedrich Nietzsche

Ken Mogi, trae historias reales de personas comunes de Japón para explicar como se algunos de estos pilares en la relaciones, en el trabajo y en la vida en general. Hay algo que me llamó especialmente la atención. Parece que en los aeropuertos de Japón, es común ver a los manipuladores de equipaje y al personal del aeropuerto hacer una reverencia y despedirse de los aviones que despegan. Y esto tiene una razón de ser: “Dan por sentado que lo religioso influye en el contexto no religioso de la vida cotidiana. Aunque la mayoría no esté al corriente, la idea de los ocho millones de dioses que tiene el sintoísmo y el hecho de que los japoneses vean deidades en cuanto los rodea, desde los seres humanos a los animales y las plantas, de las montañas a los pequeños objetos de uso común, seguramente contribuye a que así lo entiendan. Cuando un japonés dice que cree que hay un dios en un objeto de la casa, lo que expresa es la necesidad de tratar con el debito respeto a ese objeto, no que Dios, creador de todo el universo, esté milagrosamente encapsulado en ese pequeño espacio. Las actitudes se reflejan en los actos. Alguien que cree que hay un dios dentro de un objeto enfoca la vida de manera muy diferente a quien no lo cree”.

Me gusta cuando las religiones crean sentido y conexión. La cuarentena nos dejó solos con nuestras personas más cercanas, animales, plantas y objetos. De algún modo, nos vimos la cara todos los días durante muchas más horas de lo que estábamos acostumbrados. Lejos de hacer un foco materialista de la vida, el ikigai nos enseña a apreciar de un modo distinto los objetos con los que nos relacionamos todos los días.

Y, por último, Lecciones de Vida. Es un libro particular, que puede no interesarle a todo el mundo, pero que sin dudas te deja pensando: hay una mezcla justa de realismo y misticismo. Por un lado, es un modo de hablar sobre la muerte, sus momentos previos, con testimonios de muchas personas que hicieron conscientes sus últimos días y los asumieron de diferentes maneras. Por el otro, los testimonios de las personas que tuvieron contacto con ese otro mundo que hay después y que por alguna razón, volvieron. Entre las muchas lecciones que deja, una habla del tiempo. “Nuestra vida está regida por el tiempo. Vivimos por él y en él. Y, por supuesto, morimos en él. Creemos tener el poder de ahorrar tiempo y de perderlo. No podemos comprar tiempo, y sin embargo, hablamos de gastarlo. Mientras el tiempo pasa, todo cambia. Cambiamos interiormente, cambiamos exteriormente. En verdad, nuestra vida cambia constantemente, pero no nos gusta el cambio. Incluso cuando estamos preparados para ello, solemos resistirnos […] El cambio puede ser nuestra compañía constante, pero no lo consideramos un amigo. El cambio nos asusta, porque no somos capaces de controlarlo. Los cambios que sobrevienen nos resultan incómodos, nos hacen sentir como si la vida fuese en la dirección equivocada. Pero, nos guste o no, el cambio ocurre y, como la mayoría de las cosas en la vida, no es que nos ocurra a nosotros: simplemente sucede”. 

En la vida, siempre que una puerta se cierra, otra se abre, pero los pasillos son el tormento

Ronnie Kaye

A veces, no es lo viejo o lo nuevo lo que nos acobarda: es el tiempo que transcurre entre ambos. Así es como opera el cambio, pareciera haber un patrón: comienza con una puerta que se cierra, un final, una culminación, una pérdida. Después inicia el período incómodo, una etapa de duelo en la que experimentamos la incertidumbre por lo que vendrá. Este período de desasosiego es el más duro. Pero, precisamenre cuando creemos que no podemos tolerar más, surge algo nuevo: una reestructuración, una inversión, un nuevo comienzo. Se abre una puerta. Si te resistís al cambio, vas a estar resistiéndote toda la vida. Esa es la razón la que necesitamos encontrar la manera de darle la bienvenida o al menos, aceptarlo. 

Y esto, inevitablemente me llevó a una reflexión que publicó en Instagram otra de mis escritoras gurúes Elizabeth Gilbert: “No hay ninguna especie en este planeta que sufra más ansiedad frente al cambio que los seres humanos. Nos aterroriza la incertidumbre y sufrimos constantemente el miedo al cambio y a, su vez, no hay otra especie en el mundo que tenga la capacidad de adaptarse más al cambio, que los seres humanos. Es una paradoja fascinante y se ve a lo largo de todo el mundo en estos días. El shock y el terror continúan, pero hubo una adaptación rapídisima por parte de la gente a esta nueva realidad que nos toca vivir. Si hubiesemos pensado hace un mes atrás que las personas tenían que estar a un metro de distancia en las grandes ciudades, nos hubiese parecido imposible. Piensen en las situaciones de la vida en las que fueron capaces de adaptarse, a pesar del terror que les causaba la sola idea de que ocurriesen. Eso que no querían que pasara, pasó, y el cambio ocurrió dentro suyo”. 

No paré de sorprenderme al ver cómo cada nuevo capítulo que leía me llevaba al momento presente, me daba una herramienta nueva, me hacía pensar que todo está conectado. Entréguense a la magia y vean qué tiene alguno de sus libros para contarles hoy. Parense enfrente de su biblioteca. No necesitan nuevos libros. Por ahora.

Un abrazo,

Alida

[La ilustración genial es de @adamjk ya voy a encontrarme con una ilustradora que quiera ilustrar estas cartas]

2 Comments

  • Me encanta… es algo que mi mamá solía hacer conmigo y mis hermanos como si fuera un juego. Cada uno debía elegir un libro, abrirlo al azar y leer en voz alta la primera oración donde posábamos nuestros ojos. Hace tiempo que no lo hago… tu nota me inspira a volver a intentarlo y despertar esa fantasía de creer que hay un mensaje escondido para mi en este mismo instante en alguno de mis libros que hace tiempo ya no abro.
    Besos hermosa!

  • Hola hermosa! Qué lindo recuerdo! gracias por compartirlo 🧡
    Me reee alegra, estoy segura de que sí, hay un mensaje esperándote!
    Un abrazo fuerte para vos!

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