Hace unos días, una amiga súper sabia me explicó por qué está bien llorar. Hoy me topé con esta ilustración hermosa de @rosi.illustration y me quedé pensando, ¿por qué será que llorar tiene tanta mala prensa?
Me dijo: «Como toooda emoción, la tristeza y en este caso puntual, el llanto, no es ni positivo ni negativo, simplemete es algo que nos permite adaptarnos». ¿Adaptarnos? Sí. Así como el enojo, es una emoción que aparece por un desequilibrio y tenemos que exteriorizarlo de algún modo para poder volver a sentirnos equilibrados. Como en los vasos comunicantes, pensé, si entra más líquido por un lado, sale ese excedente por el otro. «Por eso, solemos hablar de descarga cuando lloramos o nos enojamos – siguió – esa descarga es valiosa porque nos equilibra, algunas veces más rápido que otras, pero lo permite».
Cuando dice que llorar no es ni positivo ni negativo, significa que simplemete ES y que somos nosotros los que sumamos esa cuota de negatividad cuando vemos a alguien llorando y le decimos: «oh, no llores» y, en realidad, la reacción debería ser «si, dale, llorá» y hacé lo que te haga falta para volver a poner tu sistema en marcha. La patología, me explicó, aparece cuando una persona no llora ni se enoja jamás o en el otro extremo, cuando alguien está todo el día llorando o insultando a todo el mundo, durante meses o años; pero eso no es lo mismo que tener una que otra crisis.
Hace muy poquito terminé un libro que se llama Dejar ir del Dr. David Hawkins. En él, su autor, que es Dr. en Medicina y Filosofía, hace lo que llama la «anatomía de las emociones» con las que los humanos lidiamos habitualmente y habla de un método para aprender a identificarlas y dejarlas ir: es decir, conocerlas, pero nada de amistades. Las emociones son, de menor a mayor teniendo en cuenta su vibración energética: vergüenza, culpa, apatía, sufrimiento, miedo, deseo, ira, orgullo, coraje, voluntad, aceptación, razón, amor, alegría y paz.
En el capítulo del sufrimiento habla del llanto: «Al enfrentar el sufrimiento, a veces, tenemos que reconocer y dejar de lado la vergüenza y lo embarazoso de tener, en primer lugar, la sensación. Tenemos que abandonar nuestro miedo a la sensación y el miedo a sentirnos desbordados y abrumados por ella». Dice que la mayoría de nosotros llevamos adentro una cantidad de dolor reprimido. Y que, si en lugar de suprimir ese sentimiento, le permitimos que salga y luego renunciar a el una vez que salió, rápidamente podremos pasar del sufrimiento a la aceptación: «Si no nos resistimos a la sensación de sufrir y nos entregamos totalmente a ella, se agotará en unos 10-20 minutos, y luego se detendrá durante una variable de períodos de tiempo. Si seguimos entregándola cada vez que salga, entonces con el tiempo se acabará. Si resistimos el dolor, seguirá y seguirá. El dolor reprimido puede continuar durante años». Es lo mismo que me decía mi amiga, lloramos y volvemos al eje.
Cuando habla de aceptación, la distingue de la resignación. En la resignación hay rastros de la emoción dejada: «No me gusta, pero tengo que aguantar». En la aceptación, en cambio, hay serenidad. Con la aceptación, la lucha terminó. Las energías que ataban a la emoción ahora están liberadas, por lo que los aspectos saludables de la personalidad se reactivan. De nuevo, equilibro, eje, reactivación, puesta en marcha.
¿Cómo hubiera sido si desde el inicio se entendería que llorar es una necesidad fisiológica? Sin connotaciones negativas, ni positivas, como algo natural y punto. ¿Habría personas llorando y caminando por la calle, sin taparse ni esconderse, así como comiéndose un sandwich? Me suena bastante a libertad.
Sin querer pecar de simplista, me parece importante que nos preguntemos cuántas veces encasillamos nuestras emociones como positivas o negativas, sin siquiera preguntarnos por qué (¡sobre todo en este caso, habiendo comprobado un montón de veces que después de llorar nos sentimos mejor!) y hagamos el esfuerzo de sacarle la cuota trágica al llanto para que no resulte tan pesado: sacaríamos del carro a la culpa o a la vergüenza que, por ejemplo, puede generarnos antes o después.
Podría seguir y seguir citando este libro y cada una de las emociones que nombra y es probable que lo siga haciendo en próximas publicaciones. Pero, por ahora freno acá y espero que nos deje pensando para que la próxima vez que veamos a alguien llorar le digamos que siga, que en minutos más, minutos menos, cuando el agua que sobra salga, estará lista para seguir el viaje.
El libro se llama Dejar Ir: el camino de la entrega (David R. Hawkins), la ilustración es de @rosi.illustration y mi amiga psicológa y sabia es @cecifilippi.-