─¿Tuviste miedo?
─Todo el tiempo tuve miedo, pero además tuve que aceptar que nunca iba a volver a ser la que era antes del choque
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Como me muevo en bici todos los días, recuerdo con detalle aquella noticia de una chica que fue brutalmente atropellada por una conductora de auto mientras circulaba en bicicleta por la costanera de Rosario. También supe, más o menos por esa fecha, que la hermana de un amigo que hace mucho que no veo estaba internada y muy grave. Recién un año y medio después, haciendo entrevistas sobre movilidad urbana, una amiga que sabe mucho del tema me dijo: “Hay alguien con quien valdría mucho la pena que charles, ¿conoces la historia de Agustina? Tiene un blog y escribe hermoso”. Leí su bio y uní a la escritora, a la hermana de mi amigo y a la víctima del atropello: eran la misma persona.
Carl Gustav Jung habló por primera vez de un principio al que llamó sincronía y que definió más o menos como una mezcla fortuita de acontecimientos. No todas las personas creen en la sincronía y prefieren pensar que estas conexiones de energía son por pura casualidad. Como sea. Después de esta triple conexión quise ver a Agus y nos reunimos a tomar un café a fines de noviembre del año pasado. La intensidad de su historia y el modo precioso en que la contó, las conclusiones y los aprendizajes que me compartió hicieron que mi trabajo se vuelva muy complicado. Cada vez que me sentaba a escribir, solo quería copiar y pegar e incluir absolutamente cada palabra de la entrevista. No había lugar para mí en esa historia, no había nada que agregarle, ni contexto, ni introducción, ni reflexión, ni historia paralela. Así cruda, como estaba desgrabada, era la mejor versión posible. Solo de ese modo podía llegar a ustedes como me llegó a mí. Tres meses después y en pleno aislamiento para evitar el desparramo del coronavirus, les comparto la historia de Agus.
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─ Un sábado húmedo de marzo estábamos en casa con Salvador, mi marido y como estaba un poco aburrida de la comida que veníamos comiendo le propuse salir a almorzar. Salva me respondió que mi propuesta era mitad capricho, mitad vagancia y que podíamos cocinar algo. Como una solución de compromiso decidimos salir a comprar pastas y cocinarlas en casa. Y eso es lo último que me acuerdo. En mi siguiente recuerdo estoy internada en el Hospital de Emergencias Dr. Clemente Álvarez (HECA), tres días más tarde
Después de almorzar salieron cada uno en su bici, a pasar un rato al parque. Por lo que le contaron los abogados que vieron la filmación de una de las cámaras del lugar, iban circulando por calle Illia hasta que más o menos a la altura de Moreno había un auto estacionado en doble fila. Ese es el primer auto en infracción y no está involucrado en la causa porque nunca sabrán de quién fue. Cuando Agus se adelantó al auto parado, otro auto que venía circulando muy rápido la atropelló: la chocó, Agus se subió al capó, al parabrisas, rodó por arriba del techo y cayó por atrás. La mujer que lo manejaba se dio a la fuga e intentó justificarse diciendo que no se dio cuenta de que era una persona la que rodó por su auto, sino que pensó que podía ser una piedra y que salió rápido por si le estaban por robar. Tres días más tarde se presentó por su cuenta en la fiscalía. Agus no quiso leer el informe del fiscal, pero supo que la conductora del auto dijo que estaba muy apurada para llegar al cine
─ Salva entró en un shock terrible. Mi cabeza sangraba mucho y empecé a convulsionar. Él me sostuvo y empezó a pedirme: mi amor no te mueras, mi amor mi amor mi amor. Cada tanto le vienen unos flashes de ese momento. Por suerte, era de día y estábamos en un lugar súper concurrido, entonces la gente llamó a la policía y a la ambulancia. Me operaron esa misma noche.
Cuando llegó al HECA, además de fisuras, abrasiones y el traumatismo, tenía un hematoma haciendo presión sobre la membrana que cubre el cerebro que, de no drenarse de inmediato, podía desencadenar daños irreversibles: en el caso de Agus, el daño podía darse en el sector del cerebro que dirige a los pulmones y al corazón. Le hicieron una craneotomía de urgencia.
─Te abren como una ventanita en el cráneo y te drenan la sangre acumulada. Hay una anécdota de ese momento. Cuando me estaban por hacer la cirugía, los cirujanos preguntaron, ¿esta chica viene de una fiesta? Porque al parecer tenía la panza súper inflamada. Así que aprendí que no hay que almorzar ravioles. Y hasta el día de hoy es, «Agustina: ¿cuántos ravioles te comiste?»
La craneotomía salió bien.
Después del HECA, la trasladaron a otro sanatorio en el que estuvo internada durante dos semanas, pero cuando le dieron el alta no pudo volver a su casa: no podía caminar, estaba acostada en la cama y se caía de costado de tanto mareo. Tenía muchísimos problemas de equilibrio. Tuvo un montón de conversaciones de las cuales no tiene registro, todos los días volvía a preguntar las mismas cosas
─ Yo siempre tuve una memoria extraordinaria. Viste cuando le decís a una persona hacer tu gracia, bueno, la mía era esa: me acordaba de cosas ridículas, números de documento de gente que había guardado en mi memoria porque era la contraseña del Wi-Fi. Entonces era: «Dale Agus, hacé tu gracia, ¿qué hicimos el 12 de octubre de 2004?» y yo empezaba a detallar el registro. Para mí perder la memoria, fue más que eso, fue una pérdida de identidad.
Agus es Licenciada en Letras. Después del choque le resultaba imposible tener una conversación con una persona. Se agotaba. Su cerebro o no arrancaba o se cansaba muy rápido.
─ Me dí cuenta de que el cerebro es todo. Y para mí que siempre disfruté de la labor intelectual. El tipo de trabajo que siempre hice tuvo que ver con leer y analizar y no podía ni leer una película porque el cerebro no me lo permitía. Todas las cosas que me habían hecho a mí quien yo era, quien me gustaba ser y quien me salía ser, estaban todas suspendidas
La rehabilitación tuvo mucho del tipo de rehabilitación y los cuidados que lleva adelante una persona que sufre un accidente cardiovascular (ACV). Es necesaria una buena contención emocional para no abandonarla: es dolorosa, es frustrante y muy cansadora. Los resultados se ven a largo plazo y se sabe de antemano que no se va a volver al estado inicial, por eso es muy fácil abandonar. Durante un tiempo largo no supo a priori si la mayoría o alguna de sus capacidades iban a volver
─ Me había vuelto súper irreverente. Creía que todas las construcciones sociales de jerarquías, de logros, de tiempos y de gente con doctorados, en realidad no importaban, porque todos nos íbamos a morir. Pensaba todo el tiempo en términos de vida o muerte y cómo había construcciones culturales a las que yo le había dado muchísimo peso identitario y que de golpe si me moría, ninguna importaba. No saber cuáles de mis capacidades iban a volver ni cuándo ni cuánto tiempo iba a estar así, me hacía pensar: si esto es tan largo y difícil, hubiera sido más simple no sobrevivir. Me acuerdo de pensarlo un montón: «¿Para qué sobreviví?»
Y frente a ese cuestionamiento la única respuesta de los médicos era que tuviese paciencia
─ En ese momento tomaba 28 pastillas por día. Ellos me pedían paciencia y yo les decía: lo más importante que necesito no me lo están recetando porque no se sintetizan en un laboratorio. Me dan este millón de cosas, pero lo más importante lo tengo que producir yo
Pasó de tomar 28 medicamentos diarios a tres. De los cuales dos de ellos espera poder dejarlos. Y uno solo es probable que tenga que tomarlo de por vida, que es el anticonvulsivo. Por el tipo de daño neurológico, cuando el tejido se regenera, se regenera con cicatrices, igual que la piel. Esas cicatrices pueden ser convulsivas. Además, le quedaron algunos problemas de equilibrio y tuvo que aprender a evitar toda situación que la maree. Cuando tuvo un poquito de independencia, no podía caminar sola por la vereda. Primero se perdía y no entendía dónde estaba y después por el estrés postraumático: no podía ver autos ni escuchar una bocina porque empezaba a gritar. El neurólogo fue claro cuando le anticipó que su vida nunca iba a ser como si no la hubiesen atropellado
─ Creo que hizo hincapié en eso porque yo estaba todo el tiempo haciendo pequeños lutos por las vidas que había planeado vivir. Viviré otras sí, pero ya no soy la persona que podría haber sido si esto no hubiera pasado. De algún modo nos pasa a todos, envejecer es resignar posibles identidades pasadas y envejecer es no morirse joven. Y tiene la pena de la perdida de la persona que eras, la que podías haber sido, una resignación que cualquier persona que envejezca en la mejor de las condiciones tiene que hacer igual, pero además es una celebración de otra oportunidad, de otro día. Otro día que puede ser una noche con amigos que te están respaldando para que sientas un poquito la sal de la vida y te des cuenta de que cuerpo funciona y que tu mente funciona y que la gente te quiere. O puede ser también un día terrible donde te duela la cabeza y te marees y te caigas de la cama y tu equilibrio falle. Pero es la oportunidad de eso y la alternativa es la falta de oportunidad, tanto de las experiencias maravillosas como de las terribles. Me podría haber muerto y ya estaba. Ahora tengo la oportunidad de sufrir un montón y celebrar un montón también. Y eso es algo que espero no se me olvide.
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En este momento en que la gran mayoría de la población mundial está aislada en su casa, con las fronteras cerradas, los vuelos cancelados, con nuevas reglas de ingreso y permanencia en mercados y farmacias, sin poder salir a caminar o a andar en bici, ni a visitar a nuestras familias o amigos, podemos hacer conscientes cuántas acciones de nuestro día a día damos por sentado. Eso que parece una frase trillada y que en este momento la escuchamos y leímos en todos lados, fue de lo que me habló Agus hace un par de meses atrás, sentadas en un bar del centro de Rosario sin vísperas de que una pandemia de estas dimensiones estuviese en camino. Hace mucho que nos viene pasando a nivel individual, cuando somos protagonistas o cuando habitamos historias como esta porque alguien nos comparte sus reflexiones. Hoy nos está pasando a nivel colectivo.
─¡Qué manera de dar todo por sentado! Digerir, por ejemplo. Despertarme y que el problema sea «me da fiaca salir de la cama», en vez de «estoy tan mareada que no sé si puedo salir de la cama». No siempre estamos conscientes de la fortuna que es tener tiempo en la Tierra y capacidad. Yo estaba re contra acostumbrada a despertarme y que se me encendiera el cerebro, hasta que dejó de suceder. Estaba re mil acostumbrada a pararme y caminar hasta el baño, hasta que no pude. A que no me doliera el estómago todos los días, a que no gritara de noche sin parar. Y como estaba acostumbrada a que todo funcionara correctamente, mis exigencias y mis dolores pasaban por otro lado. Me comparaba con otras personas que hacían las cosas mucho mejor que yo. Sí, a mi me funcionaba el cerebro y yo podía leer y entender, pero mirá este otro cómo escribe y lo genial que piensa y cómo habla. Y después me di cuenta de un montón de facultades que no había apreciado. Esas cosas yo las tenía, pero no las veía. Y uno no puede vivir todo el tiempo sumido en la introspección y llorando de emoción porque giras una canilla y sale agua potable. Pero tampoco girar la canilla, mirar el agua y pensar que todo está mal en tu vida todo el tiempo. Y no apreciar lo que es maravilloso nunca.
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Agus tiene un blog que se llama Excipientes: cantidad suficiente en donde escribió varios textos con reflexiones inteligentísimas a raíz del choque y uno de ellos trata de esta absurda manera de pensar de los humanos de que «a nosotros nunca nos va a pasar». De eso también me habló.
─ Una de las cosas que creo es que pensamos que nunca nos va a pasar. Que le pasa a gente mala o desconsiderada y no pensamos que nuestras acciones pueden tener consecuencias fatales. Lo que me pasó a mí, me lo hizo una persona y su distracción y me lo hizo una infraestructura y un error y una serie de decisiones ajenas a mi, pero no ajenas a cualquier ser humano. Porque sí es peligroso, pero ¿para quién es peligroso? Cuando en realidad el hecho en sí es peligroso. Y eso no significa que cada vez que estás manejando un auto estás a punto de matar a una persona, pero cada vez que estás manejando un auto podés matar a una persona. Y creo que en eso hay un problema grave y es la falta de incorporación de la responsabilidad a nivel individual. No sé si somos conscientes que en un segundo podemos terminar con la vida de alguien, por una distracción, sin intención ni deseo, porque estaba yendo al cine y me di vuelta para hablarle a mi hijo que estaba en el asiento de atrás. Que eso signifique la vida entera de esa persona y la totalidad de lo que esa persona es para su familia y para su pareja y sus amigas y todo, por el hecho de que, me estaba desplazando de este modo. Creo que es un problema grande no asumir que esto pasa. Por qué algo que es tan poderoso como conducir un auto, se ve como algo tan ligero y sin consecuencias y todo el mundo lo puede hacer. Terminas la secundaria y agarras un auto. No lo hacemos con ninguna otra cosa. Es como un ritual de paso en la maduración y en ciertos grupos hasta obligatorio e inevitable. Y hoy, ¿qué implica comprarse un auto? Es independencia, pero también es éxito. Es raro que tenga ese lugar y que nadie lo cuestione.
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Su neurólogo se lo dijo un montón de veces: había probabilidades muy altas de que se muera. En el 95% de los casos de choques de similares características la persona atropellada muere en el momento del impacto, después, el riesgo de atravesar una cirugía tan compleja y por el tipo de traumatismo, en caso de superar las dos primeras instancias, la posibilidad de quedar hemipléjica o laberíntica de por vida. Eso era lo más común.
─ Cuando todo el tiempo te están diciendo que tu supervivencia fue muy improbable, entonces si sobreviví tengo que hacer algo con eso. Y a medida que pasaba el tiempo y la rehabilitación estaba dando sus frutos había momentos en los que decía: «Ah! Si yo me hubiese muerto esto no lo hubiese vivido y creo que la vida pasa por acá». Y no son las cosas por las que trabajo. Pero hace poco pude volver a andar en bici con unos amigos que me contuvieron como un escuadrón, íbamos cantando y festejando y entonces sentí que era por ahí: que la vida es para sentirse conectada con otra gente, sentir el viento en la cara, la ciudad de noche.
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─Hasta que se cumplan dos años del choque no voy a saber los resultados definitivos de mi rehabilitación
Esos dos años se cumplen hoy: 24 de marzo de 2020.

{Va un gracias inmenso para Agus por compartir conmigo su tiempo y sus palabras y un abrazo fuerte con aplauso incluido por el esfuerzo y la voluntad con que llevó adelante estos setecientos treinta días}
*La foto de la portada es de Agustina, un año después del accidente, rodeada de las cajitas de los medicamentos que tomó.
Ambas fotos son de Agustina Gimbatti y Salvador Drusin
Hola, muy interesante la historia!
Continuando con la temática, aprovecho a dejar un artículo con recomendaciones de cómo actuar ante un accidente en bicicleta. Saludos!
Hola Rulo! muchas gracias por compartir el link. Es super importante y necesario saber cómo podemos proteger a nuestras compañeras tan valiosas. Un beso!
He comenzado y abandonado la escritura de este comentario un montón de veces. La recomienzo por última vez con la certeza de que no va a ser el comentario a la altura de la nota, pero mejor botón enviar apretado en mano que cien borradores en suspenso volando, así que:
GRACIAS
GRACIAS
Gracias por tu apertura, por tu empatía, por tu atención; gracias por poner tu tiempo y tu capacidad en contar historias que te parecen valiosas; gracias por conducirme a mí a encontrarme con partes de mí y de mis perspectivas que no habría hallado sola; gracias por escribir una nota así de bella y por regalármela para mi aniversario.
Las dos horas de nuestra conversación me encantaron, ¡ojalá mucha más gente tenga el placer de ser entrevistada así!
Sigo paseando por aquí, hasta pronto en la sección de comentarios de otra entrada. 😊
PD: ¡Tengo un libro tuyo que devolverte!
Qué hermoso encontrarme con estas palabras…
¡Gracias a vos AGUS! Por ayudarme a creer que mi trabajo puede hacer bien; por compartir con tanta generosidad las reflexiones y aprendizajes a los que llegaste después de semejante desafío.
Me hace feliz que nuestra charla esté acá arriba, documentada. Y que podamos revivirla todas las veces que queramos.
Esta nota es para nosotras, como recuerdo de ese encuentro y para todo aquel que necesite de esta historia poderosa.
¡Ojalá que la vida nos reencuentre!
Y el libro, dáselo a alguien a quien pienses que pueda hacerle bien.
Un abrazo inmenso